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¿Los buenos somos más?

Ya les cuento cómo la gente se da contentillo con esta frase desde que Pablo Escobar se nos volvió celebridad. Fue la época en que los colombianos empezaron a viajar más profusamente a la yunaid para traquetear haciendo uso de la más increíble cantidad de picardías muiscas que permitieran burlar hasta a los perros más habilidosos. A pesar de estas marrullerías muchos fueron pillados con la barriga llena de coca y comenzaron, tal vez sin querer queriendo, a ser los primeros malos publicistas que esta nación tuvo. Colombia dejó de ser la tierra bucólica poco conocida para entrar en el imaginario popular del resto del mundo como un rincón platanero, semiúrbano, con mujeres exuberantes, cuyos habitantes se matan entre si por 10 dolares, por política, por un pedazo de tierra, por sexo, por tierra y hasta por una botella de guaro.

El mito no ha desaparecido, se ha transformado. Ahora nos ven como un país corrupto, algo peligroso y poblado por gente divertida y sincera, pero de cuidado. La verdad es que a pesar del lloriqueo de los colombianos por sentirse mal juzgados, algunos de esos rasgos son ciertos. Con la adición de que nos creemos muy pilos cuando en realidad hacemos burradas.

Esta semana en particular nos hemos lucido ante el mundo: en medio del delirio que causa entre los colombianos el deporte en el que nunca seremos campeones del mundo, comenzamos con nuestro flamante Fiscal General diciendo que va a destapar un vergonzoso escándalo de corrupción electoral, pero eso si, después de las elecciones; después continuamos escogiendo lo peor que podíamos escoger a la presidencia, y por amplias mayorías para que no quedara duda de la idiotez colectiva; seguimos con una panda de inadaptados haciendo gala de la xenofobia que también nos caracteriza, burlándose vulgarmente de unas mujeres japonesas que con ingenuidad creían que trataban con gente decente; pero no podíamos quedarnos allí, hacía falta la trampa y para no decepcionar unos avispados ingresaron licor a un estadio escondiéndolo en unos falsos binóculos; para rematar algunos artífices del regreso al poder del Gran Colombiano comienzan a quejarse en las redes sociales al sospechar que el nuevo gobierno ya estaba planeando hacer una parte de lo que se les había advertido que ocurriría, pero que no creyeron por temor al castrochavismo y a las expropiaciones.

Es algo hipócrita que se escandalicen y mojen tanta prensa con las colombianadas del mundial, es como el tipo que golpea a su esposa en casa pero en las reuniones sociales se besuquean y se hablan con melosería, por aquello del qué dirán. ¿A quién engañan con esa indignación? Escogen como presidente a un desconocido, perteneciente a un partido parapolítico, sólo porque fue ungido por un poderoso terrateniente que se cree adalid de la moral. No les importa a estos medios de comunicación difundir noticias falsas y tomar la actitud periodística más rastrera, pero le dedican muchas horas a estas patanerías mundialistas haciéndose los indignados como si tales comportamientos groseros, malévolos y corruptos no fueran el pan de cada día en su oficio de comunicadores y en el quehacer de cualquier otro colombiano, salvo excepciones.

Por un lado dicen sentirse orgullosos de ser colombianos pero les da vergüenza que en el exterior nos vean tal como somos. Más vale que reconozcamos que hay aspectos de la colombianidad que merecen cambiarse. La cultura popular nos influye pero no estamos obligados a seguirla. De nada sirve engañarnos con que somos el país más feliz del mundo, el lado negativo de esa felicidad es que en realidad no sólo nos hemos conformado con la mediocridad ética, nos enorgullecemos de ella.